CARTA DE RISTO MEJIDE A JUSTIN BIEBER:
Querido Justin. Antes que nada muy buenos días, y benvingut a
Barcelona. Qué tal has dormido. ¿Bien? Te escribo estas cariñosas líneas
cuando aún no has cantado en el Palau Sant Jordi, y para cuando tú las
puedas ignorar, para qué engañarnos, cantar, lo que se dice cantar,
tampoco lo habrás hecho. Así que a efectos prácticos, ambos nos
encontramos en el mismo momento.
Jo, perdona que no pudiese asistir a tu concierto de anoche. En un
principio iba a ir, pero para cuando me di cuenta, ya llegaba 25 años
tarde. Qué fuerte tía. Estoy seguro de que me echaste de menos entre el
público. Te imagino buscando unas elegantes gafas de sol entre las caras
del respetable y cayendo en el más absoluto desconsuelo al no
encontrarlas.
Discúlpame. Te lo ruego. Sobre todo porque, pese a
tener vigente mi pasaporte español, jamás critico aquello que
desconozco, así que encima tendrás que marcharte de mi país sin haber
recibido una crítica erótico-festiva por mi parte. Desconsuelo dos.
Que
conste que tampoco tengo nada en contra de tu figura. Al revés, me
alegro mucho de que existas. Seguramente sea lo único en lo que
coincidamos las más de 35 millones de followers que tienes en Twitter y yo.
Primero,
porque vendes. Y eso, hoy, en cualquier industria, es un milagro. Da
igual si son entradas, cojines o esmalte de uñas con tu nombre (qué
cuco). Incluso aunque hayas tenido que cancelar uno de tus dos
conciertos en Lisboa por ventas light. Cachis.
Segundo,
porque allá donde vas, la lías. Por la inconfundible humedad relativa en
el ambiente de esta semana, juraría que llevas días por estas tierras,
con lo que imagino que ya te habrá dado tiempo a pelearte con paparazis,
desmayarte por nuestras esquinas, vomitar nuestra rica gastronomía, y
cancelar por capricho compromisos dejando a tus fans compuestas y sin
novio una vez más. Eso me divierte, no dejes de hacerlo, por favor.
Y
tercero, porque eres el héroe indiscutible de una nueva generación de
adolescentes y el villano de sus padres, seres queridos y educadores.
Esos sufridos adultos haciendo cola 15 días antes de tu concierto para
que sus hijas pudiesen asistir al colegio y que luego nadie les quite la
custodia... Fíjate cómo será el tema que hasta una radio en Albany ha
ofrecido una recompensa por acertar el día en que la palmarás, como
quien acierta el número de la lotería. En fin. Polarizas, y eso en esta
época ya es sinónimo de éxito.
El caso es que aparte de
alegrarme, también me preocupas. Bueno, perdón, tú no. Tú en ese sentido
me das igual. Las que me preocupan son tus fans. Las beliendres,
como yo las llamo: todavía pequeñas, pero tan molestas y rabiosas como
un piojo. Y es que ellas sí me quedan cerca. Son hijas y sobrinas de
amigos y conocidos que te han convertido en su líder espiritual y que
comulgan cada día con eso a lo que tú llamas música.
Vale, todos
hemos tenido ídolos de pubertad. Claro que muchos de mi generación
empezamos a seguir a un jovencísimo Michael Jackson con el álbum Thriller. Pero para entonces, Michael ya llevaba años y tablas siendo el pequeño de los Jackson Five y Thriller puede que aún hoy siga siendo el mejor disco -y el más vendido- de la historia del pop.
Las que te siguen desde tu salto a la fama en el 2008, no siguen una carrera musical, siguen un reality-show. Ni siquiera un talent-show, porque aún ahí habría algo de talento y un jurado para impartir algo de criterio.
Lo tuyo es Belieber Shore. Un reality las 24 horas que genera la adicción de millones de fans -de fanatismo- que no pueden ni quieren desengancharse. Y como en todo reality, no hay cultura del esfuerzo, sino del pelotazo. Como en todo reality, no importa el trabajo duro y paulatino durante años, sino la fama abrupta y repentina. Como en todo reality, no interesa el prestigio, sino la popularidad. Como en todo reality, no interesa el talento, sino el volumen. Como en todo reality, no importa la calidad de lo que haces, sino la cantidad de veces que das la nota. Y como en todo reality,
el producto asociado no está pensado para el largo plazo, sino para el
consumo inmediato y perecedero. Créeme, sé de lo que hablo.
Últimamente tus beliendres me dedican palabras de amor sencillas y tiernas, piropos que no hacen más que confirmar lo que están consumiendo en Belieber Shore. Me
dicen que cómo me atrevo, que tú has hecho más por la humanidad que
muchos otros (sic), y que tú ganas más en un día que lo que yo seré
capaz de ganar en toda mi vida.
Igual son gajes de tener criterio, arrugas, o cierta cultura musical.
Oye igual me convencen, y acabo siendo tu fan.
Mira, creo que voy a empezar por seguirte en Twitter.
Como dijo el filósofo, Never Say Never.
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